El día en que nos mudamos de casa toqué fondo. Tener que despedirme de mis amigos y de la casa que amaba era como arrancar el capítulo más feliz de mi vida. Después, en lo que mi recién adquirido esposo llamaba “Nuestro Nuevo Hogar” (que para mí ni era nuevo ni mucho menos un hogar), me sentí tan deprimida que casi me pasó desapercibida una libreta con tapas de piel que encontré mientras sacaba cosas de un viejo baúl.Sin embargo, algo me incitó a echarle un vistazo. En la cubierta, escrito con letras doradas de estilo victoriano, se leía:
“Mi Diario”
En cuanto abrí la libreta, reconocí de inmediato el fino trazo de la letra de mi tía abuela Grace. La tía Grace, que había vivido con nosotros cuando yo era una niña, pertenecía a una especie de mujer ya desaparecida en nuestros días: la dulce solterona sin oficio ni beneficio obligada a vivir con sus parientes. Además, los astros parecían haberse confabulado en su contra: era poco agraciada, pobre y tenía una salud muy delicada. Sin embargo, una de las cosas que más recodaba de ella era su inagotable alegría. Además de no quejarse nunca, jamás perdió su amable sonrisa. “Grace siempre ve el lado bueno de las cosas", solía decir la gente de ella.
Con curiosidad, me senté sobre la alfombra enrollada para leer su diario. La primera entrada databa del año 1901; la última, de 1930 el año en el que murió. Al principio empecé a leerlo con indiferencia, pero poco a poco sus palabras me fascinaron:“Hace tres años que mi amado Ted murió en San Juan Hill. No hay día que no me invada la tristeza cuando pienso en él.
¿Conseguiré ser feliz algún día?”
¿Quién era Ted?, me pregunté sin dar crédito a lo que estaba leyendo. Yo pensaba que tía Grace siempre había sido la típica solterona, pero estaba equivoca. ¡ Tía Grace había tenido un amor correspondido ! Ávida por descubrir más facetas ocultas de mi tía, seguí leyendo: “Soy tan infeliz que me siento como en un pozo sin fondo. Aunque sé que debería estar alegre por tener una familia y vivir con ella, me vence la melancolía. Si las cosas no cambian voy a caer enferma. Y, puesto que mi citación no tiene visos de cambio, tendré que ser yo quien cambie.
Pero… ¿Cómo?
Tras muchas noches de insomnio, he decidido vivir siguiendo unas reglas. Mi intención es que se conviertan en un ejercicio diario. Ruego al cielo que mi plan me sirva para salir a flote de la sombría ciénaga del desespero que me asola. ¡ Tiene que funcionar!” La simplicidad de las seis reglas de tía Grace me asombró.Su plan consistía en esforzarse por:
1º Hacer algo por alguien.
2º Hacer algo por ella misma.
3º Hacer algo que le disgustara.
4º Hacer ejercicio físico.
5º Hacer ejercicio mental.
6º Rezar para dar gracias de cuanto tenía
En su diario, Grace explicaba que había decidido reducir las reglas a tan sólo seis por considerarlo un número más razonable y fácil de cumplir. He aquí algunas de las cosas que hizo y anotó en su diario.
~ Hacer algo por alguien: tía Grace compró tres huesos de ternera y verduras y preparó con ellos un sustancioso caldo que llevó a su amiga enferma
~ Hacer algo por ella misma: adornó un viejo sombrero azul con flores artificiales y un velo. El sombrero causó tal sensación en el vecindario que tía Grace consideró una buena inversión los treinta y cinco centavos gastados en el materia
l~ Hacer algo que le disgustara: sacó la ropa blanca del armario, lavó tres docenas de sábanas a mano, las tendió y después las dobló y las volvió a guardar en el armario con una bolsita de lavanda.
~ Hacer ejercicio físico: jugar a croquet e iba caminando al pueblo en lugar de ir en calesa.
~ Hacer ejercicio mental: leía cada día un capítulo de Casa desolada, la novela de Dickens “de la que todo el mundo habla últimamente”.
Para mi sorpresa, tía Grace había tenido problemas con la regla número seis. Rezar no le resultaba fácil. “En la iglesia no puedo concentrarme –escribió- Me distraigo mirando los sombreros. Sólo puedo rezar cuando me siento en la roca que domina el arroyo que riega nuestros pastos. Allí, a solas, pido al Señor que me ayude abrirme como una flor y le doy las gracias por tener una familia sin la que me sentiría sola y perdida”.
Cuando cerré el diario de tía Grace, consciente de que “la alegre tía Grace”, al igual que todos, también había luchado contra el lado oscuro de la vida se me llenaron los ojos de lágrimas. No obstante, la lección que se desprendía de sus sencillas pero sabias palabras me pasó desapercibida al principio. Yo era una mujer moderna y no necesitaba los consejos de alguien que pertenecía al pasado. Sin embargo, el tener que adaptarme a nuestra nueva vida no estuvo exento de dificultades.
Un día, desesperada y muy deprimida, me tumbé en la cama y con la mirada perdida me pregunté si debía intentar dar un voto de confianza a la fórmula de tía Grace. ¿ Podrían aquellas simples reglas ayudarme en aquel momento? ¿Debía seguir soportando mi particular pozo de miseria, o más bien poner en práctica la primera regla de tía Grace y hacer algo por alguien? ¿Qué podía perder si llamaba por teléfono a una vecina mía de ochenta y cinco años que estaba enferma y que vivía sola?Mientras decidía qué hacer , recordé una de las frases que había leído en el diario de la tía Grace:
“ Si quiero escapar de la tumba del yo, sólo yo puedo tomar la
iniciativa”.
“La Tumba del Yo”, me repetí a mí misma en voz alta.
Puesto que no estaba dispuesta a ser enterrada viva por mi propio ego, me levanté y marqué en el dial el número de teléfono de la señora Phillips, que para mi sorpresa me invitó a tomar una taza de té en su casa . Sin duda había sido un buen comienzo. La señora Phillips se mostró encantada de tener alguien con quien conversar. Mientras me ponía al día de toda sus dolencias, dijo algo que me llamó mucho la atención:
A veces, lo que más os aterra hacer es lo que de hecho
debemos hacer para deja de pensar en ello.
Mientras volvía casa, no pude evitar dar vueltas a la sabia reflexión de aquella anciana. A su manera la señora Phillips había reformulado a tercera regla de tía Grace: “Hace algo que me disgusta”. Desde que nos habíamos mudado, había evitado poner en orden mi escritorio. Sin embargo, en cuanto llegué a casa aquella tarde decidí poner manos a la obra. Al cabo de dos horas, todos los papeles apilados sobre la mesa acabaron clasificados en sus correspondiente carpetas dentro de un archivo o en a papelera. Tras colocar sobre el archivador una planta, sonreí con satisfacción.
Siguiendo los consejos de tía Grace y la señora Phillips , había conseguido hacer algo detestaba. Al principio, lo de “ hacer ejercicio físico” ni me resultó fácil ni gratificante. Aunque Asistí a clases de aerobic y traté de obligarme a correr cada día unos kilómetros para estar en forma, todos mis esfuerzos fueron en vano. “¿Qué hay de malo en caminar?”, me peguntó mi esposo, un buen día me planteó la posibilidad de pasear juntos cada mañana antes de desayunar. En cuanto lo probamos, descubrimos que caminar no sólo mejoraba nuestra forma física, sino que favorecía nuestra comunicación.
Al poner en práctica la segunda regla, “Hacer algo para mí misma” me superé con creces. Siguiendo lo consejos de tía Grace, decidí tomar un baño terapéutico.” Un baño es fundamental para relajarte- había escrito en su diario-. Sólo hay que mezclar esencias de limón fresco, mejorana dulce, menta, verbena, lavanda y geranio rosa. Después hay que hervir la hojas secas en agua durante quince minutos y, a continuación, vértelas en la bañera. Y por fin, sumergirse en el agua con los ojos cerrados sin pesar en nada”. La señora Phillips me proporcionó las hierbas de su jardín. Tal como indicaba la receta de tía Grace, prepárela mezcla , llené la bañera y dejé que todas las tensiones del día deshicieran en el agua ¡ Fue sensacional!
Tras vivir aquella gratificante experiencia, decidí cultivar plantas aromáticas en mi propio jardín y confeccionar saquitos de hierbas para regalar en Navidad. De pronto, haciendo algo para mi misma había conseguido también hacer algo para los demás.
“Hacer ejercicio mental” constituyó un verdadero reto para mí. Al principio no sabía qué hacer, pero casualmente cayó en mis mano un folleto de un cursillo de poesía organizado por la universidad local y, sin pensarlo dos veces, me inscribí. El profesor que lo impartía era un catedrático universitario jubilado que, cuando recitaba, lograba que la poesía cobrara vida. Cuando empezamos a leer a Emily Dickinson, mi mente órbita. La poesía de aquella mujer excepcional me cautivó hasta el punto de devorar en cuestión de días sus casi dos mil poemas. “Vivo en el mundo de lo posible” había escrito Emily. ¡Qué maravillosa y grande! A pesar de su edad, nuestro catedrático gozaba de una gran memoria y se me ocurrió que ejercitarla mía podía ser la forma en práctica la regla de tía Grace. Empecé con el poema “Soy Nadie. ¿Quién eres tú?” y, progresivamente, acabé memorizando poemas más largos y difíciles. Cómo disfrutaba recordando aquellos versos mientras hacía cola en el supermercado o en la consulta del médico!.
La última regla de la tía Grace fue, sin duda, la que más me ayudó. Desde entonces, cada día rezo una oración que concluyo siempre dando gracias al Señor. Escribir una oración no es fácil, sin embargo es una disculpa espiritual muy valiosa. No lo hago sentada en la roca sobre la que tía Grace solía meditar, sino en el silencio que se respira en la iglesia del pueblo, un lugar tranquilo en el que puedo escuchar con nitidez mi propia voz interior.
Desde que leí las seis reglas de tía Grace, no hay día en que no las ponga en práctica. A veces me basta escribir una carta u ordenar un cajón para descubrir que hacer algo, por insignificante que sea, llena mi espíritu de buenos sentimientos y me anima a seguir haciendo cada vez más cosas. No sé si existe una fórmula magistral capaz de enseñarnos cómo vivir, pero lo cierto. Es que, desde que empecé a vivir según los seis preceptos de tía Grace, me siento mucho más abierta y comprometida con los demás y, por consiguiente, menos encerrada en mí misma.
En lugar de vivir compadeciéndome, ahora lo hago recordando en todo momento la máxima de tía Grace:
“Florece allí donde estés plantada”
Nardi Reeder Campion
4 comentarios:
Tisha
Mi niña no sabes el gusto que fue para mi leerte, hace tiempo no coincidimos en ningun lado, sin embargo sigues en mi corazón y en mi mente; y ahora mi niña te doy las gracias solete por compartir esto conmigo enhorabuena con este rinconcito tuyo. Besos mi brujita :-D
....luego me paso por aqui Eeeinnn??
Mmmm... me recuerda a la "Desiderata" de Max Ehrmann. Especial la última frase: Lucha por ser feliz.
que no ta llegao éste( que me tengo que contestar cómo anomimo jorrr jajajaj)... te decía...qué si existe la felicidad?...que yo solo me sabía el manual de los peces...(ande tará..??) tb decía que nos falta la de molinillo café... que me imagino estará moliendo ... o no se yo...y que gracias por estar aki :-)
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